¿QUIERES SANIDAD?

Jueves, 7 de agosto de 2025.

 

Texto bíblico:

Juan 5:6 Cuando Jesús lo vio tendido y supo que ya había pasado tanto tiempo así, le preguntó:

 

Reflexión:

¿Quieres ser sano?

Meditemos sobre las deplorables condiciones que seguramente presentaba este punto de encuentro para los enfermos. Allí se instalaban, esperando día tras día el momento en que se agitaran las aguas, para luego lanzarse alocadamente esperando llegar primeros a ellas y recibir la ansiada sanidad. Unos pocos afortunados lo habían logrado, pero quedaba una multitud para quienes la vida inevitablemente se escurría.

Hemos de creer que, tal como lo ha hecho en otras situaciones, Jesús fue impulsado por el Espíritu para llegar a ese terrible lugar. Seguramente sintió profunda compasión por el hombre que llevaba allí treinta y ocho años, acaso el residente más antiguo de esta extraña comunidad. Al ver su situación se acercó a él y le preguntó: “¿Quieres ser sano?”

La verdad es que la pregunta nos confunde. ¿No ha pasado el hombre todo este tiempo aquí precisamente porque conserva la esperanza de ser sano? Pareciera, entonces, que la pregunta está de más. No obstante, si reflexionamos por un instante en la condición de este hombre seguramente hacía mucho tiempo que había perdido la esperanza de ser realmente sano. De hecho, lo revela en su respuesta, pues la aflicción que sufría nunca le iba a permitir llegar al agua antes que sus competidores. De alguna manera, entonces, creo que había caído en una profunda resignación, conviviendo con su enfermedad, intentando sacarle alguna ventaja a esta condición.

Su situación nos recuerda la actitud del pueblo de Israel que vivía en esclavitud en Egipto. Habían perdido la esperanza de un cambio y, con profunda resignación, se habían entregado a la situación en que se encontraban. Estoy convencido de que Dios envió las plagas no solamente para que los egipcios los soltaran, sino para que ellos también adquirieran la disposición de ponerse en marcha. A veces, con esa perversa característica que trae el pecado a nuestras vidas, nos entregamos al mal que vivimos y descartamos que la vida pueda ser de otra manera. Es decir, nos reconciliamos, con actitud de resignación, con nuestra condición, e intentamos adaptar la vida a ella.

La pregunta de Cristo es radical: “¿te animas a enfrentar la vida sin tu enfermedad?” Por mi experiencia con muchos enfermos y afligidos, una vida sana constituye una mayor amenaza que convivir con la enfermedad. Han construido todas sus relaciones alrededor de la enfermedad y la usan para generar lástima o ganarse alguna limosna. Sin ella, se verán obligados a enfrentar los desafíos de la vida por sí mismos, sin contar más con la “ayuda” que les brindan otros por su discapacidad.

 

Conclusión:

El hombre no entendía lo que Jesús le ofrecía, pero el Señor igualmente lo sanó. Una vez más vemos que el Reino no es de los entendidos, sino de los que, por pura Gracia, reciben un regalo enteramente inmerecido desde los cielos. En un instante, los treinta y ocho años de espera habían llegado a su fin, y el hombre comenzó a andar.

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