UNA FE QUE TRASCIENDE.
Viernes 8 de agosto 2025
Texto bíblico:
Lucas 7:6-9 Jesús fue con ellos. Y cuando ya no estaban muy lejos de su casa, el
centurión le envió unos amigos para decirle: Señor, no te molestes, porque no
soy digno de que entres bajo mi techo. 7 Por eso, no me tuve por digno de ir a
ti. Más bien, di la palabra, y mi criado será sanado. 8 Porque yo también soy
hombre puesto bajo autoridad y tengo soldados bajo mi mando. Y digo a éste:
«Vé», y él va; digo al otro: «Ven», y él viene; y digo a mi siervo: «Haz esto»,
y él lo hace. 9 Cuando Jesús oyó esto, se maravilló de él; y dándose vuelta,
dijo a la gente que le seguía: ¡Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta
fe! 10 Cuando volvieron a casa los que habían sido enviados, hallaron sano al
siervo.
Reflexión:
Los enviados del centurión comunicaron a Jesús el mensaje que les había confiado el oficial romano, un mensaje que dejó atónito al Cristo. Dirigiéndose a la multitud, exclamó “Os digo que ni aun en Israel he hallado una fe tan grande”. Esta es, por demás, una sorprendente declaración. La perspectiva de este hombre sobre la vida espiritual merece nuestra atención.
Examinemos, por un momento, la explicación que ofreció sobre lo innecesario que resultaba la presencia física de Jesús. Sin duda existe una dimensión más profunda de la que nosotros podemos captar en las palabras de este romano, y esto sorprendió al mismo Señor. No obstante, creo que podemos resaltar al menos dos elementos fundamentales relacionados a la fe.
En primer lugar, este hombre entendía que la fe
descansa sobre la palabra hablada. Demasiados cristianos creen que la fe es una
especie de sentimiento de entusiasmo o pasión. Se cree que cuanto más positivo
sea este sentimiento más posibilidades hay de que se cumpla lo que el corazón
anhela. Por esta razón somos animados, con frecuencia, a cantar con más fe o a
orar con mucha fe. La fe según esa perspectiva es una especie de fervor santo
que, supuestamente, impacta el mundo espiritual.
La fe bíblica descansa sobre un fundamento realmente sólido y confiable, la Palabra eterna del Dios todopoderoso. Pablo claramente señala esto “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). Fe, entonces, es un atributo que se nutre exclusivamente de las palabras que han sido pronunciadas por la boca de Aquél que es soberano.
Esto nos lleva a la segunda observación sobre
la fe. El centurión entendía que una actitud esencial de la fe tiene que ver
con reconocer la autoridad del que pronuncia las palabras que la sustentan.
Como conocedor del sistema militar, lo entendía claramente. Ningún soldado en
servicio osaría dudar de la autoridad de un oficial de rango superior. Toda la
estructura militar descansa sobre el hecho de que el que da las órdenes goza de
una autoridad incuestionable a los ojos de quienes las reciben. Del mismo modo,
la fe reconoce que cuando Dios habla, esas palabras poseen absoluta autoridad.
Sus hijos pueden creer sus palabras, porque su posición de Soberano del
universo las respalda. Si no existe un reconocimiento de esta autoridad total y
absoluta, el ejercicio de la fe no es posible.
Conclusión:
El centurión reconocía la autoridad de Cristo y
entendía, por ello, que no hacía falta su presencia física para que llevara a
cabo su obra. Bastaba con que simplemente pronunciara una palabra al respecto.
Y así fue. Habló, y “cuando los que habían sido enviados regresaron a la casa,
encontraron sano al siervo”
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